De la fotografía al ave más pequeña de México

Luego de un largo altercado por el territorio, dos cansados machos casi comparten la misma percha.

Luego de un largo altercado por el territorio, dos cansados machos casi comparten la misma percha.

El conocer al vecindario de manera íntima es la mejor herramienta para un fotógrafo de naturaleza, especialmente si se busca fotografiar al ave más pequeña de México, el zumbador enano (Atthis heloisa) y que a nivel mundial es apenas superada por otro colibrí, residente en Cuba. Con sólo 2.6 gramos de peso, este minúsculo personaje habita en claros de algunos bosques de niebla y templados de la Sierra Gorda, Querétaro, donde tengo el honor de residir y trabajar para proteger su biodiversidad y fotografiarla. Por lo que el primer paso es encontrar a un territorio activo, ocupado por un macho que lo defiende de feroz manera de otros ejemplares y para ello es básico conocer su característico llamado, y luego encontrar sus perchas favoritas. Son aves altamente territoriales y año tras año ocupan las mismas perchas desde donde vigilan su territorio, por lo que hay algunos que he fotografiado hasta por 4 años consecutivos. Para conseguirlo es básico integrarse lo más posible con su medio, utilizando camuflaje de pies a cabeza y en cuanto al equipo, un lente con la mayor distancia focal posible es lo indicado, teniendo en cuenta al pequeñísimo modelo. En mi caso cuento con un Nikkor 300 mm f2.8, al que acoplo el convertidor asférico 2x lo que permite convertirlo en un lente de 600 mm f5.6 de apertura, montado en un trípode que puede con su peso de la más sólida manera posible, y una cabeza Jobu Design, que permite manejarlo prácticamente con un dedo. Con cuerpos de formato completo se consiguen magníficos resultados, dada la resolución y tamaño de sus archivos que permiten hacer recortes de ser necesario. Otros ingredientes son la indispensable paciencia, la persistencia para no cejar hasta conseguir la imagen deseada, madrugar y cargar el equipo para llegar a sus territorios en los bosques de las tierras altas que ocupan y desde luego tomar en cuenta si son “tiros” por la mañana o la tarde, dependiendo de la orientación de su territorio y perchas. Este año tuve la fortuna de encontrar dos territorios contiguos con diferente exposición, por lo que por la mañana trabajaba en uno y por la tarde en el de su vecino.

Y la imagen que comparto, es la primera que consigo así luego de varios años de fotografiarlos. Pues dos machos en el mismo cuadro, cuando son acérrimos rivales sólo se da luego de toda una mañana de perseguirse y hostigamiento, y los mismos finalmente cansados decidieron tomar un descanso en el mismo arbusto.

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De un encuentro inesperado

Pasó la temporada de lluvias y, aunque les busqué en cada ocasión posible, los anfibios básicamente brillaron por su ausencia en la Sierra Gorda. Esto no extraña cuando, a nivel global, el 41% de sus especies se encuentra en riesgo de extinción. Algunas nos han dejado de la noche a la mañana y los factores que les están conduciendo a su desaparición siguen sin mermar ni un ápice.

Recuerdo cómo, cuando era niño, aparecían ranitas en macetas, sapos en el patio de casa de mi madre, los coros de ranas apareándose en el río Jalpan arrullaban por la noche y las coloridas salamandras de Bell de repente adornaban las veredas en el bosque. Hoy, de eso poco queda.

Como grupo de vertebrados, los anfibios han resistido bastante bien los demás eventos de extinción masiva por los que ha pasado la vida en nuestra querida Tierra. Pero esta, la gran sexta ola de extinción masiva ocasionada por los desvaríos y soberbia de nuestra especie, resulta más rápida, virulenta y mortífera que todas las demás. Pues no se trata sólo de un cambio brusco de temperatura por el choque de un meteorito o las cenizas de una erupción volcánica.

Ahora, aparte de aumentar la temperatura, hemos conseguido envenenar las aguas dulces de ríos, lagos y mantos, acidificar los océanos, poner precio por impotentes e ignorantes a los cuernos de rinocerontes y cazarlos hasta el último ejemplar, transformar las corrientes oceánicas, desmontar millones de hectáreas de las vitales selvas y bosques y, peor aún, dejar sin suelos a las tierras que debiéramos mantener fecundas y, con ello, comprometer nuestra seguridad alimentaria.

Pero, por el momento, seguimos medrando sin freno, ensuciando, rompiendo más ranitay monopolizando y desperdiciando los recursos de nuestro planeta.

Por eso, cuando hace unos días encontramos una pequeña ranita arborícola en el fregadero de la cocina, para mí fue motivo de fiesta. Pues quiere decir que estos pequeños hijos del bosque siguen adelante en espacios protegidos donde los liquidámbares no sienten las cadenas de las motosierras y, en vez de drenaje, se usa un baño seco.

Seguir con ellos y ecosistemas funcionales está en nuestras manos en el corto y mediano plazo. No es algo que esté lejos.

Espero llegar al final del 2016 con otro encuentro inesperado con una rana arborícola.

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De los coatíes felices

Santuario bromelias_2Desde 1996, cuando creamos la primera reserva privada, Grupo Ecológico Sierra Gorda (GESG) ha tenido el privilegio de custodiar más santuarios naturales en la Sierra Gorda, donde la Naturaleza se ha expresado de manera elocuente y generosa. Y aunque en estos montes no quedan ecosistemas vírgenes, algunos permanecen con la mayor parte de sus integrantes, que van desde los elegantes jaguares a los ruidosos coatíes.
Sólo para llegar a la reserva número 2 hay que recorrer un largo camino en carretera y luego una brecha maderera donde uno se pregunta si el jeep no dará una maroma por lo vertical de la misma. Finalmente, hay que caminar unas dos horas por un “sendero” que básicamente ya no existe.
Para ello es necesaria la presencia de un estimado colega, Javier Aguillón, guardaparque del GESG (Keeper of the Wild, financiado con el apoyo de nuestro socio británico, el World Land Trust), quien pone todos los sentidos cuando sale a campo y, gracias al cual, pudimos avanzar por la vereda, ya tupida en parte.
Aún con Javier perdimos la vereda varias veces, lo que resulta un excelente signo porque eso significa que los madereros han dejado de fastidiar y rapiñar un sitio prioritario para la conservación, y que básicamente hemos conseguido devolver a la vida silvestre su territorio.
En áreas circundantes, en cambio, señales de lo que autoridades e ingenieros se empeñan en llamar “manejo forestal”, eufemismo que no esconde sus intervenciones depredatorias con el pretexto de ejecutar saneamientos forestales para el control del gusano descortezador del pino. Sin embargo, estas acciones solo sirven para dejar bosques socarrados, asperjados con venenos y árboles sanos, como encinos y enebros, trozados. Todo por lucrar y sacar madera que mal pagan a los propietarios locales.
A 2,200 metros sobre el nivel del mar, y con exposición noreste, esta reserva alberga un extraordinario bosque de niebla donde cedros blancos, robles y abetos forman una extraordinaria comunidad cubiertos por musgos, helechos y la más extraordinaria cantidad de bromelias.
Ya en el corazón de la misma, y a escasos metros de nosotros, nos sorprendió una frenética actividad. Algo o alguien sacudía las ramas de los árboles con energía y estaba arrojando las grandes bromelias al suelo. Al acercarnos, resultó ser una tropa de coatíes, madres e hijos muy entretenidos almorzando los cogollos tiernos de las bromelias.
De regreso encontramos una serpiente de cascabel descansando a media vereda. Aunque ya he tenido muchos encuentros con serpientes venenosas, siempre han sido pacientes para dejarse fotografiar. No obstante, no deja uno de sentir la adrenalina fluyendo ante un animal cuya mordida es potencialmente letal. Máxime en esos rumbos, donde bueno y sano cuesta llegar…
Todas estas señales son muestra de que podemos proteger de manera efectiva a ecosistemas y especies ante la sexta ola de extinción masiva, dejando fuera del saqueo humano a los últimos santuarios naturales del planeta. Ojalá que la única preocupación de los coatíes siga siendo almorzar los mejores cogollos de bromelia.

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De las alturas con rebecos

RebecoRPRLa caliza es una piedra “suave”, que cambia, es dinámica en la escala de tiempo geológico y la conozco desde niño porque constituye la osamenta de la Sierra Madre Oriental y, por ende, de la Sierra Gorda, donde habito. Por eones, la lluvia la ha trabajado y definido sus formas, quebradas y honduras, y los mogotes, poljes, dolinas y sótanos hacen tan eficiente la recarga hidrológica.
Del otro lado del Atlántico, al norte de España, fue una agradable sorpresa encontrar que, desde las alturas de la Cordillera Cantábrica y los estupendos Picos de Europa, hasta la costa donde rompe el Atlántico, las formas, afiladas aristas y similitudes del paisaje, se deben al mismo tipo de roca. Eso me dio una inmediata familiaridad que me recordó a las tierras altas de la Sierra Gorda en temporada de lluvias, con sus nieblas, cascadas, robles y arroyos.
Pero lo que fue sumamente especial fue un breve encuentro con habitantes distinguidos de aquellos montes: los rebecos o gamuzas. En plena primavera, por arriba de los mil metros sobre el nivel del mar, campean a sus anchas entre la nieve y hielo, tienen una dieta frugal y la roca caliza constituye su mejor refugio ante depredadores, pues su agilidad y la verticalidad de algunas paredes les ponen a salvo. Un pequeño grupo de ellos me permitió fotografiarlos, lo cual fue superlativo y un gran regalo. Siempre es un honor tener un encuentro con la vida silvestre y con una especie que no conocía personalmente.

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De la venada atrapada

La semana pasada, tuve el honor de asistir a una venada, atrapada en el vertedor de la presa Jalpan, donde cayó desde la parte de arriba y tuvo la fortuna, salvo un raspón en su lomo, de no romperse nada y regresar al monte. Ayudar a fauna en apuros ha sido una constante desde que era niño. Desde un pelícano que aterrizó débil luego de su larga migración desde Canadá o los Estados Unidos y todo fue cosa de alimentarlo con pescado por unos días, pero eso sí, convertirlo en víctima de mi ignorancia combinada con buena voluntad. Pues el tipo defecaba líquido (como ellos lo hacen) y me empeñé en remediar aquello con generosas dosis de Pepto Bismol, sin resultados satisfactorios. Afortunadamente me sobrevivió y emprendió el vuelo. O un halcón de Harris, que tan acostumbrado estaba a los humanos que al liberarlo hubo que llevarle carne por varias semanas hasta que comenzó a cazar por sí mismo, halcones peregrinos que vieron interrumpida su ruta, para retomarla luego de ayudarlos. O un puercoespín que disfrutó de una dieta de mangos al ser rescatado de unos perros por niños y luego procedimos a liberarlo en el bosque. Niños que recibieron educación ambiental por parte de mis colegas del GESG, y ello hizo toda la diferencia.
Son siempre interacciones que dejan buen sabor de boca, por el hecho de ayudar a un hermano menor en apuros, y por comprobar, que al mismo tiempo que hay humanos empecinados en lastimar y matar todo lo que se mueva, hay otros que se solidarizan por voluntad propia.
El rescate de la venada fue especial por varios motivos. Da gusto, con la situación descompuesta de México en materia de seguridad, que fueran oficiales de la Policía Municipal quienes nos dieran aviso y la ayudáramos, lo que habla de su calidad moral. O los bomberos de Protección Civil que llegaron listos para socorrerla de manera completamente desinteresada. Al final acabé arreándola solo, con menos stress para la misma y nadó olímpicamente en la poza aguas abajo del vertedor, llegar a la margen del río y seguir su camino, pero fuimos más de 10 personas involucradas en proteger la biodiversidad de la Sierra Gorda.

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En el blog de Por el Planeta, concurso internacional de fotografía

Un enorme honor mis imágenes sirvan para la promoción de un concurso internacional de fotografía y conservación tan especial como lo es Por El Planeta Photo, ahora en su blog, destacando el valor de la querida Sierra Gorda. Organizado Por TELEVISA, National Geographic y el Gobierno Federal. E increíble aparezcan al lado de las imágenes de fotógrafos consagrados como Paul Nicklen, Steve Winter, Brian Skerry, y Cristina Goettsch Mittermeier, entre otros. Muchas gracias por esta oportunidad! A tirar más y mejor, poniendo las imágenes al servicio de la Vida. Les comparto el link al mismo: https://porelplanetaphoto.com/noticias/sierra-gorda-encuentro-de-reinos

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De las magnolias escondidas

La Historia de las Plantas de la Nueva España fue escrita por Francisco Hernández después de haber realizado la primera exploración en territorio mexicano de 1571 a 1576. Bajo nombramiento de Protomédico del Nuevo Mundo, y con la encomienda del rey Felipe II de describir ese vasto y desconocido territorio con sus plantas, animales y minerales útiles a la corona, Hernández recorrió buena parte del territorio nacional, describiendo más de 3,000 especies de plantas y 500 de animales. Desde entonces, diversos naturalistas e instituciones han realizado esfuerzos por inventariar y documentar la diversidad de flora y fauna del quinto país megadiverso a nivel mundial, donde la región central ha sido la más explorada y estudiada. Por ello, seguir encontrando nuevas especies de plantas y animales resulta hoy en día extraordinario, máxime cuando su permanencia es incierta debido al cambio climático y al crecimiento poblacional.
Sin embargo, en la queretana Sierra Gorda se han descubierto recientemente tres especies nuevas de magnolias, que son árboles notables por ser fósiles vivientes y las primeras plantas con flores. Y que estuvieron a punto de ser aniquiladas por operaciones madereras en las que en aras del “manejo forestal”, autorizado por las autoridades ambientales en 1996, las mismas junto a miríadas de otras formas de vida de un bosque de niebla realmente único iban a convertirse en leña. Brillante. En ese entonces fue de lo más oportuno nuestra intervención para detener la masacre y establecer la primera reserva natural privada en la Sierra Gorda, donde desde entonces gozan de completa protección.
En 2009 las fotografié, cuando habían sido identificadas como otras especies. Tiempo después, comencé a colaborar con el proyecto británico ARKive, el cual busca crear un “arca” de imágenes del mayor número posible de especies de flora y fauna amenazadas de nuestro planeta, e imágenes de las mismas fueron aceptadas. A finales de 2013, fui contactado por el Dr. José Antonio Vázquez, botánico y taxónomo de la Universidad de Guadalajara quien, de manera casual, encontró las imágenes en el sitio de ARKive. Para el Dr. Vázquez, las imágenes resultaron algo especial y anómalo, por lo que procedió a solicitarme más fotos, por lo que en los primeros meses de este año recabé más información e imágenes hasta que, finalmente, se produjo la confirmación de que se trataba de tres especies nuevas de magnolias.
De manera muy generosa, el botánico decidió nombrar a una de las tres especies como pedrazae, dedicándomela, un increíble honor tener a unas tocayas tan distinguidas y amenazadas. Las otras dos especies fueron nombradas como rzedowskii (dedicada al Dr. Jerzy Rzedowskii, el principal botánico en México) y sierragordae. De manera parecida, por fotografías que hice, una familia nueva de moluscos fue descubierta y descrita, y debido a mi permanente inquietud por conocer y documentar los rincones más silvestres de estos montes ya hemos confirmado el descubrimiento de otras especies nuevas de plantas y protegido su hábitat. Me queda claro el tándem entre fotógrafo, expertos en el tema y una organización como el Grupo Ecológico Sierra Gorda y su alianza con el World Land Trust,Magnolia sierragordae-RPRcon capacidad de gestión y hacer conservación in situ es realmente efectivo. Sin duda, estos descubrimientos destacan la pertinencia de proteger sitios con alto valor biológico, proporcionando a los ecosistemas y especies un respiro ante la presión de los humanos, siempre demandantes de espacios y servicios ecosistémicos. De no haber dado el paso para protegerlos, posiblemente esas especies y otras hubieran desaparecido sin ni siquiera dejar rastro. La sexta ola de extinción masiva por la que atraviesa la vida en nuestro planeta ya las habría alcanzado.

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De los últimos rincones silvestres

La Sierra Gorda abarca un territorio que ha sufrido la presión de nuestra especie desde hace siglos. Digo presión porque la sabiduría tradicional en el manejo de los recursos no me queda clara, ya que es obvio ha sido de alto impacto ambiental y la mayor parte de la población serrana sigue en la pobreza. O sea, que ni siquiera valió la pena haber puesto un cerillo al bosque y dilapidar su capital biológico. Y ello ya significó varias extinciones locales; adiós a los monos araña que existían al este de la sierra, incluidas las poblaciones de San Luís Potosí y Tamaulipas, los lobos mexicanos de los que todavía personas mayores recuerdan historias a principios del siglo XX o los guajolotes silvestres, casi exterminados en su totalidad.
Afortunadamente,  quedan espacios donde la mano del hombre cayó con menos fuerza por lo remoto de su locación y agreste del terreno. Como si la roca madre que sobresale en esas áreas hubiera intentado cerrar espacio formando crestones, abras, hendiduras y sótanos para volver inaccesibles algunas áreas. Es por ello que las principales elevaciones al este de la Sierra Gorda encierran un paisaje que, si bien no es virgen, sí guarda la esencia de lo que debió haber sido la Sierra Madre Oriental en su plenitud.
Bosques extensos que todavía dan cobijo al jaguar y su base de presas, donde aún el manto verde se extiende hasta donde alcanza la vista y, aunque los humanos hemos dejado huella, ha sido mucho menor que en otros sitios.
Desde hace años hemos tenido la oportunidad de ir explorando esos rincones donde los humanos aún somos una rareza y protegerlos. Hoy tuve la fortuna de visitar una de las reservas que manejamos, donde el acceso en jeep es forzoso. Debí trozar tres troncos con la motosierra para poder pasar y luego se emprende caminata en un bosque que rebosa vida; de las plantas epífitas en los viejos encinos y cedros, donde orquídeas y bromelias forman una especial comunidad, las codornices silbadoras forman pareja y los corpulentos ajoles se cortejaban en el dosel, al rastro fresco de un jaguar. Obviamente,  la reserva que custodiamos ahí es sólo un pequeño trozo del territorio de un gran felino, pero ofrece hábitat donde lo silvestre ha recobrado en mucho su esencia y, si un jaguar la prefiere, ello nos habla de la salud del ecosistema.
Eso sí, aunque sé no corría ningún riesgo, no deja de intimidar la presencia de un depredador tan poderoso en un sitio tan silvestre, donde no había más humanos en muchos kilómetros a la redonda.
Si bien para mí es invaluable encontrar rastros frescos, para otras personas puede ser un tanto subjetivo. Entonces pensemos que si, ese bosque puede soportar al tercer felino más corpulento a nivel mundial, es porque a su vez puede ofrecer servicios ambientales vitales para nuestra especie. Es decir, de la conservación de la biodiversidad sin duda ganamos todos.

Roble de la niebla

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De un bura sonorense

Habitantes de los desiertos del norte, los venados bura son criaturas magníficas, por su talla y cornamenta, siendo los del estado de Sonora particularmente corpulentos a pesar del extremo y recio ambiente donde viven. Fue en diciembre del año pasado cuando por invitación de un amigo, don Iván Aguirre del Rancho La Inmaculada y practicante del manejo holístico desde hace varios años, tuve el privilegio de visitar por primera vez el desierto Sonorense. Un ecosistema fascinante de amplios espacio abiertos, poco transformado por los humanos y donde a pesar de lo duro de las condiciones ambientales la vida florece de múltiples maneras y varias especies de mamíferos campean a sus anchas: pumas, linces, pecaríes, ratas canguro, coyotes, venados cola-blanca, una cantidad impresionante de liebres y el que es sin duda el habitante más majestuoso del desierto, el venado bura o “burros” como son localmente conocidos.
Luego de varios días, guiado por los vaqueros del rancho seguía sin tener siquiera la oportunidad de encontrarme con uno. Los machos tienen en particular fama de ser esquivos, “sentidos” y difíciles de acercar, por lo que nadie apostaba en mi favor. Y menos en la última tarde en el rancho, cuando me dejaron en un bebedero en medio de la nada, con la promesa de ser recogido por la noche y un fuerte frente frío aullando. Escogí a un pequeño mezquite como padrino, donde me instalé con camuflaje completo al igual que el equipo a unos 8 metros del bebedero. Para apenas media hora después sentir la presencia de alguien moviéndose entre los arbustos y aparecer la majestad de un magnífico macho de 12 puntas. Que me detectó de inmediato, nos vimos a los ojos por un rato y me aceptó, un momento que hizo se me “enchinara el cuero”, donde una criatura 100% silvestre decidió no representaba yo una amenaza. Ni cuando le tiré varias ráfagas, tomando agua, observándome de nuevo y alejándose lentamente, ramoneando sus plantas favoritas.
Ya cerrada la noche llegaron a recogerme, seguros sólo había perdido el tiempo e incrédulos de mi suerte y el venado no se hubiera espantado conmigo ni las ráfagas de la cámara. Fue un gusto verles las caras y sus reacciones, acostumbrados siempre a tirarles con un rifle en vez de fotografías y que quiero pensar el venado supo estábamos del mismo lado y no iba a lastimarlo.

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Del santuario de pericos

Pionus senilis-En casa-LogoVivir en medio de estas gordas montañas y conocer a detalle sus ecosistemas y especies, significa una enorme ventaja para un fotógrafo de naturaleza y vida silvestre. Trabajo con y para mi biodiverso vecindario, tengo viejos conocidos y puedo estar cazando ciclos de floración, nidificación, migraciones o montar bebederos en mi abrupto traspatio y esperar los modelos lleguen con una baja huella de carbono, es decir sin viajar cientos o miles de kilómetros para hacer una foto. O recibir pitazos por parte de mis colegas guarda-parques, que sí están en campo a diario y ello multiplica los ojos buscando modelos. El último de ellos me permitió hacer en 5 minutos una foto que llevaba años buscando; un perico de frente blanca (Pionus senilis) en su hogar. Claro que la noche anterior no pude dormir, pues tuve una fea pesadilla donde el malvado perico en cuanto me sentía cerca del nido volaba de inmediato, se juntaba con otros para volar en círculos encima de mí gritando obscenidades, burlarse y desaparecer. Se me fue el sueño y ya no me pude dormir entre enojado y frustrado con el pajarraco.
Afortunadamente en realidad fue una foto increíblemente fácil, gracias a Abel Reséndiz, estimado colega y excelente rastreador, pues encontró un viejo encino colorado (Quercus crassifolia) que escogió una pareja de esas aves para anidar en una de las reservas naturales que custodiamos gracias al apoyo del World Land Trust, donde las motosierras han sido erradicadas y la presencia humana minimizada. Todo fue llegar, montar tripié, sintiera un poco nuestra presencia y se asomara a la puerta de su hogar, un pequeño agujero en el grueso tronco. Nos observó no más de 3 minutos y voló a reunirse con otros compañeros, mas bastó para fotografiarlo. Fotografiar aves anidando siempre conlleva un riesgo para las mismas, pues pueden abandonar el nido por la presencia humana, los encuentren otras personas o depredadores, por lo que hay que extremar precauciones y no pienso volver al mismo para que guarde su secrecía. Pero al mismo tiempo es una imagen que acerca a una especie amenazada a un amplio público, ilustra el valor de los árboles antiguos con sus cavidades para la vida e ilustra el valor para la biodiversidad de las reservas naturales para especies carismáticas, que siempre venden mejor que la imagen de un tlacuache.
Y obviamente con los destrozos en aras de lo que se empeñan en llamar “saneamiento forestal” los ingenieros forestales (entiendo en el cerebro tienen cc de viruta) están destrozando los bosques templados de la Sierra Gorda, donde sólo ven metros cúbicos de madera y para ellos no hay biodiversidad asociada. El año pasado fui testigo como gracias a sus labores, pollos de la misma especie fueran abandonados por sus padres, gracias a que estaban derribando pinos para “sanear” el bosque, que obviamente sólo quedó destrozado y con la biodiversidad a la fuga. Ello convierte a nuestras reservas en obvios refugios para la Vida, cada vez más cercada y en apuros.

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